Camino I Griega

Estoy cenando, como todos los viernes, en uno de nuestros restaurantes preferidos para separar a la semana en dos. Elijo la silla que abarca al resto de las sillas y elijo bien. A una mesa más allá, una familia completa; tres generaciones y algún otro colado que no identifico. El abuelo toma sopa con dificultad, saca la lengua al comer como si fuera un bebé, se atraganta, pierde la servilleta, mira a todos con cara de ¿los conozco de algún sitio? La hija a su lado le acomoda la servilleta como si fuera un babero y está pendiente de cada movimiento, y en sus ojos veo amor, por eso no me cuesta entender que ese hombre lo ha sido todo. La más pequeña del grupo se sienta a su derecha; tendrá unos siete años y le acaricia la cara de tanto en tanto.
Como no estoy sola, aprovecho a mirar al abuelo y a la niña de a ratos, mientras el que me acompaña se pierde en la carta aunque la conozca de memoria o bebe cerveza mientras chequea la blackberry. Cambio la mirada y la llevo de uno a otro y no puedo dejar de pensar en una única palabra que tienen en común esa niña y ese abuelo: futuro. Un camino en i griega.

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