La receta

Ya están medidos y pesados los ingredientes. Marian probó esta receta una vez y quedó conforme. Por eso la quiere repetir. 
Ajusta el delantal y, antes de romper el primer huevo, desvía la mirada del papel. Inmóvil, le brillan los ojos. 
Piensa en cambiar algún ingrediente, mezclar distinto y hacer su propia receta. Una que nunca nadie haya hecho antes. Sonríe. Eso la lleva a participar en algún concurso de recetas originales y sencillas. La emoción hace que unas burbujas se muevan en la panza y le hagan cosquillas. Y porque el destino tiene algo de disparatado y también sabe darle oportunidad a los soñadores sedentarios, que tan duro trabajan en otras cosas, queda finalista. La luz de su cara se enciende.
Ya en el recinto, las tres finalistas van acompañadas de sus parejas. Se miran con sonrisas poco elásticas. Marian está radiante, fue a la peluquería y se compró el vestido verde que tanto le gusta. Le aprieta fuerte la mano a su marido. Él le asegura que es la mejor, que está llena de talento. Ella suspira nerviosismo y duda. Sabe que tiene talento, pero sabe también que nadie lo sabe. Si hasta le puso un nombre muy original a la receta: Mordre du ciel, y eso que no sabe casi nada de francés. Las recetas de las otras finalistas no tienen nada que ver, le garantiza el marido. 
La persona que abre el sobre le resulta conocida, de la tele, quizás. Menciona al ganador sin titubeos: Furichichu Xaxilón. ¿Qué cosa, quién? Da igual, no es ella. Y pierde por completo el interés mientras una mano invisible le estruja el pecho como papel destinado a reciclables.
Marian baja los ojos que ahora vuelven a la receta sobre el atril. Rompe el primer huevo. Decide que, tal vez, cambie algún ingrediente la próxima, cuando haya un poco más de suerte.

El bastón

Víctor la escuchará mientras camine apoyado en su bastón. La escuchará, como todos los días cuando salen a dar dos vueltas a la manzana, sin interrumpir, apretando fuerte el puño del palo que lo sostiene. 
Hoy quizás ella llore, se queje y grite un poco por estar de mal humor, o también puede ser que ría y se ponga cariñosa, por eso Víctor caminará despacio, apoyado en su bastón, porque vale la pena esperar.
Pero llega el día en que Víctor no está más y ella no habla, no ríe, ni llora. Exhala y recuerda a su marido que tan bien la entendía. 
Una mañana cree que es una buena idea volver a salir. Sin embargo no tiene valor de hacerlo sola. Entonces pasea la mirada. A un costado, entre los paraguas, se asoma el bastón de su marido. La emoción la impulsa a levantarse del pequeño sillón arratonado. 
Mientras da la primera vuelta, descansa su cuerpo pesado de años.
Hoy se alegra y acaricia el puño del bastón. Sabe que de alguna manera Víctor aún la sostiene.

Vivir para contar

El escritor no sabía qué más hacer. Lo había probado todo y no había caso. Lo que escribía se borraba a los segundos. Daba igual que lo hiciera en la computadora o sobre un papel, lo tallara en la mesa de un café o en su memoria hasta el olvido.
Frustrado de no poder contar historias inventadas donó computadora, libros, hojas en blanco y lapiceras. Cuando le preguntaron a qué se dedicaría ahora, encogiendo los hombros dijo que se iría a caminar sin destino para olvidar su angustia. No llevó dinero, sólo una muda de ropa. Paró en lo de un amigo, en lo de un amigo de un amigo, sin evaluar distancias.
Pasaron los años. Nunca le hizo falta volver para vivir de historias inventadas.

Las 8 campanadas

El grito paraliza a Juana. No es la primera vez.
Todo empezó hace menos de dos años. Las canas y primeras arrugas, también.
Con el segundo grito tira el plato lleno de comida al suelo que cae salpicando su ropa. No dice nada, se muerde el labio, el corazón lo siente arriba, en los oídos.
Prefiere no juzgarla; tiene que hacer un esfuerzo. Le gustaría, en lugar de eso, meterse en el baño y llorar tres horas.
Mira el reloj, después, la puerta: falta una hora para las ocho.
La ayuda a bajarse de la silla y ve que le quiere levantar la mano. Juana le clava la mirada.
Por unos segundos, el silencio le devuelve la respiración. Falta poco, se repite.
A las ocho en punto, como emergiendo de una profundidad intangible, entra en su habitación con el “tranquilizante” y un trapo que anuda en una punta.
Después de bajar la persiana, la mira fijo a los ojos y con la fuerza que contuvo durante horas, la acuesta en la cama, le pone el chupete y acomodándole el trapito a un costado de la cara se despide con una tierno beso y una caricia de hasta mañana.

Tengo el foco

justo arriba de la cabeza. Con semejante luz no hay defecto que se escape. Odio ser el centro de atención. Y acá estoy. Toda maquillada y vestida de turquesas, rojos y verdes. Un grafiti a pleno medio día. Aunque acá dentro da igual la hora que sea. ¡Me dan unas ganas de mandarte a la mierda, Susi. Y vos también, Lidia! Mirá que se los dije, ¿cuántas veces? ¿Y para qué? Si al final hacen lo que quieren con el menor sentido de la estética. Decí que en esta maloliente caja de madera ya ni me muevo, que si no me levanto y, de la bronca que tengo, les pego el susto de sus vidas.

¡Mmm!

Le dije que no se molestara porque había desayunado hacía cosa de veinte minutos y que pasaba para saludar. Mamá me miró y diciendo “¡Justamente por eso!” se puso a preparar mi comida favorita, que duró hasta la cena.

Clic

Tiene la mano apoyada en su hombro, que presiona, para acercarla un poco más a su pecho. De perfil, la mira fijo; la boca ligeramente abierta prepara una sonrisa que  solo se intuye.
Ella tiene las piernas cruzadas y mira una luz o una esquina del techo dejándose abrazar. Creo que está a punto de decir algo.
El sofá en el que están sentados es rojo con flores. Él va a darle un beso; en la mejilla o en la boca si ella gira la cara. ¿Pero quién lo sabe?
Ema decide creer que se quieren bien; son muy jóvenes, incluso, más que ella.
Suspirando, pone la primera imagen dentro del álbum que pronto reconstruirá la historia familiar que quiere conservar.

La fiesta

-Después de todo, la están pasando bien.
-Sí, padre. Aunque muchos de los invitados se hayan ido pronto.
-¿Y eso?
-Se aburrían. No encajaban. Algunos dijeron que estaban decepcionados. No Sé.
- Tal vez no fuimos claros y nos malinterpretaron. Lo nuestro era poner la casa, sus instalaciones y la materia prima.
-Hay de todo. ¡Mira! A ese le vamos a tener que pedir que se vaya. Está peleándose con cuanto se cruza. No está en sus cabales y tiene ganas de lastimar a alguien.
-No te apures que ya se está haciendo tarde de todas formas.
-¿Y cómo vas a hacer con los que se quedan a dormir? Digo, para no parecer que hacemos diferencias… Hay un grupo que se está divirtiendo mucho. Me sabe mal despedirlos.
-En unas horas llegarán otros y hay que hacer lugar y recibirlos con las mismas energías.
-¿Y si en vez de separar a esa pareja tan enamorada le pedimos al de la esquina? No hizo nada en todo el día.
-El tipo es intocable de momento, hijo. Sabes que no hay forma de contentar a todos a la vez. Es imposible.
-Mira. Esos se están yendo sin saludar, padre. ¡Esa niña tan simpática!
-Es que van con prisa. Agradecieron apenas llegaron.
Y mientras siguen hablando en voz baja, a la hora de descansar, Dios suspirando, una vez más, apaga la luz.

Dicen

Conté mis deudas y decidí quedarme con las tuyas también. Dicen que eso no es amor, pero no saben que es lo único que tienes para ofrecerme.