Feliz Navidad!

Lo mismo de todos los años: los niños se pelean y uno aparece llorando con la cabeza de la muñeca en la mano, las cuñadas se miran de reojo porque estrenan modelito, pero con la típica sonrisa de cariño, los suegros o los padres, como siempre lo hacen mejor (lo que sea), traen comida extra (aunque se les haya suplicado que por favor no) que sobrará y tendrán que comer durante siete días consecutivos.

Además, parece que alguien se olvidó el regalo y otro ya se siente mal no bien entrar y no se moverá en toda la noche con cara de: hoy es el día en el que, seguro, me muero. También los nostálgicos quieren dar su nota especial y se escabullen de las conversaciones triviales y felices (bueno, no se escabullen tanto, se amotinan en la cocina o donde haya una ventana para mirar al cielo estrellado y pensar así a sus muertos a los que nunca prestaron atención mientras vivían, por ejemplo).

Para añadir, el perro está escondido debajo de la cama por los ruidos apocalípticos y al vecino se lo llevan a urgencias porque le explotó un cohete en la mano. Un par de borrachos comienzan a decir estupideces y a pelearse, lo peor de todo es que son de la familia. Y el único adolescente piensa que todo eso es un quemo total y quiere irse a bailar con los amigos. Para rematarla, la abuela no se acuerda dónde puso al niño Jesús y pronto será la hora de ponerlo en el pesebre.

Pero todos coinciden en algo: están seguros de que no podrían pasar las Navidades separados, unos de otros. A pesar de todo. Y brindan por ello, para que hayan muchas más como esta.