El camino

Hola, por favor, ¿qué camino tomo para llegar a la felicidad?
Vaya todo recto. Le dijo una mujer mayor con la bolsa de la compra apoyada en el suelo.
¿Todo recto?
Eso.
Pero el camino era siempre el mismo y parecía nunca acabarse.
Disculpe. Necesito llegar a la felicidad, pero no se si este es el camino.
No, m’hijo. Es justo pa’l otro lado. Alguien que no era de la zona se aventuró a decirle.
¿Doy la vuelva?
Eso.
Y regresó por donde venía. Pasó sin mirar el punto de partida y marchó hora y media más.
Señor, perdone (interceptó a un hombre trajeado, con maletín y móvil en mano, que iba a mil), pero es que llevo más de tres horas buscando el camino que lleva a la felicidad.
No tengo la menor idea.
Pero…
Lo siento, voy retrasado.
Justo pasaba un mochilero con un mapa y se le iluminó la cara porque estos tipos siempre van muy preparados, aseguró.
Hola, buenos días. ¿Podrías indicarme cómo llegar a la felicidad?
Tienes que meterte por el monte y seguir las marcas amarillas que he pintado en los árboles.
Ah… que bien. ¿Y no hay otra forma de llegar?
Puedes preguntar en la oficina de turismo que queda no muy lejos de aquí. Ah, pero espera porque no tienen mapas. Como se han quedado desactualizados... Es que prefieren no confundir a la gente.
Si, claro.
Exhaló cansado y algo frustrado. En eso pasa un niño y le hace la misma pregunta:
Oye, ¿sabes dónde queda la felicidad?
Puedes venir a casa y preguntarle a mi madre. Ella lo sabe todo todo.
Esto es de nunca acabar, pensó.
Y, efectivament
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