Quise ser todo. Un químico de pelos revueltos, el médico salvavidas, viajero del mundo. Un abogado, el del diablo. Sociólogo independiente y artista. Empleado del mes. Quise haber aprendido idiomas, chino, por ejemplo y ser el más guapo e inteligente de la clase. Definitivamente el más popular. También piloto de cualquier cosa, el amante saciador por excelencia, soltero y emancipadamente eterno. Faltar al trabajo cuando se me cantara las ganas. Mentir sabiendo hacerlo. Mendigo de a ratos. Militar, mal tipo; el de las pelis. Pintar las calles de distintos colores. Romper el vidrio. Navegar siendo pescador. También, llegar a conocer a los tataranietos… Hasta incluso, un día, ser mujer. Una locura terrestre que requería de, tal vez, mucho dinero y muchas vidas.
Creo que está demás decir que caí en una profunda apatía y todo comenzó a darme igual. Por eso, no hice más que cumplir las órdenes de los que parecían tenerlo claro, su papel, su rol incuestionable en esta gran agrupación con fines de lucro. Pero eso tampoco bastó.
Un día, con la apatía a cuestas, resolví la ecuación de mi vida casi sin darme cuenta. Todo estaba en mis libretas apiladas, en las páginas numeradas que llenaba antes de dormir, en el café, en el autobús, esperando. Podía serlo todo, cuanto y cuando quisiera. Tener todos los rostros y prontuarios. Podía. Sí.
Fue entonces que me declaré a partir de ese momento, con la luz de un foco sobre otra página, en escritor a tiempo completo. ¿Lo parcial?, la aventura del por aquí y por allá sin mayores compromisos.
Cuando sea mayor
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De chica, estar al aire libre no era una sofisticación o una imprudencia:
la hora de ir a la puerta no se hacía esperar nunca y los chicos del barrio
plag...
Hace 10 años
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