Un mundo minimalista

Cora detesta las cosas pequeñas. No siempre fue así.
Va a un restaurante y los platos que le sirven son enanos. Y siguen reduciéndose con los días. Demasiada floritura, se queja. Ni hablar del precio que paga, lo único que crece. Está harta de los ascensores minúsculos y las calles sin suficiente acera. La gente, con la crisis, se está quedando en los huesos.
Siempre piensa dos veces antes de subirse a un auto. No siempre fue así. Está convencida que la culpa la tiene el Mini Cooper.
Pero los objetos comienzan a reducirse en su propia casa: la cama, las toallas, la cubertería, las puertas, el frigorífico. El marido que siempre la escucha con atención y no la contradice en nada se afina también. Me las vas a pagar, amenaza apuntando con el dedo índice.
La mañana de un sábado, cuando Cora se levanta, busca con dificultad a su marido por toda la casa. Los pasillos se han vuelto ridículamente estrechos y tiene que pasar de lado. ¿Jaime, dónde estás metido?
Un papel diminuto, doblado al medio, dice: Querida, me reduje tanto que ya no puedes verme. Para que no cargues con la culpa de matarme con un pisotón, en un descuido, mejor me marcho. Lo mismo le pasó a tu vecina, la de al lado. No la busques tampoco. Por su bien, tuve que contarle que odias las cosas pequeñas.

3 comentarios:

  1. Como excusa del marido es malísima, pero como micro es bueno.

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  2. Bueno, me encantó, me lo llevo para mi blog, mujeresqueescriben.blogspot.com

    ResponderEliminar
  3. La excusa de este increíble hombre menguante me recuerda a la de Jonas, que le contó a su mujer lo de la ballena.

    ResponderEliminar