Se llama, en teoría, Antonio, como su abuelo, pero toda la vida lo han llamado Eduardo. Sus padres no se habían puesto de acuerdo. El padre tomó ventaja e hizo lo que quiso al registrarlo y lo inscribió insistiendo: Antonio. Y la culpa dio permiso a que Eduardo ganara el boca a boca dejando sepultado el otro nombre en documentos y papeles legales.
Mientras siguieron vivos sus padres, le quedó cómodo no saber quién era ni mucho menos lo que quería. No me digas Eduardo; yo no soy Antonio. Hoy, es un hombre que ha resuelto no ser nadie, también por comodidad.
Cuando sea mayor
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De chica, estar al aire libre no era una sofisticación o una imprudencia:
la hora de ir a la puerta no se hacía esperar nunca y los chicos del barrio
plag...
Hace 9 años
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